Me han pedido compartir mi experiencia de interculturalidad en la Compañía y he recibido esta oportunidad con alegría, pues es una posibilidad de revivirlo, contemplar “el camino andado” y dar gracias a Dios por todo lo que ha sucedido.
Mi pequeña experiencia forma parte de las muchas experiencias fecundas de interculturalidad, que muchas de nuestras hermanas han estado viviendo a través del mundo con sencillez, dedicación y alegría. De esta manera han superado las dificultades que se relacionan con esta experiencia, con el único fin de construir el Reino de Dios diariamente… Narrar la mía es una oportunidad de agradecerles y valorar su testimonio, que sigue siendo una inspiración para mí.
Debo decir que, como muchas de las hermanas de la Compañía de Maria, nací y crecí en un país y especialmente en una ciudad marcada por la diversidad de culturas, de idiomas y de religiones. Por tanto, fui creciendo en la diversidad que caracteriza mi patria, que me ha llamado y desafiado desde mi niñez a convivir con las diferencias que me rodean.
Crecer en un ambiente marcado por la diversidad va preparando a las personas, aunque estas no se den cuenta, pues favorece desarrollar actitudes que permiten vivir con lo diferente y encontrar puntos en común que de otra manera les dividiría. En mi caso puedo decir que esta vivencia ha sido uno de los puntos de apoyo para vivir la interculturalidad que he encontrado en la Compañía de María. Me han dado la oportunidad de vivir en una comunidad intercultural en mi propio país y en países extranjeros, en mi propio continente y en otros diferentes.
He tratado de vivir desde el deseo y la actitud abierta a conocer, descubrir y acoger lo nuevo. Esta actitud que he descubierto, y cultivado progresivamente con la gracia de Dios, me ayuda a reconocer que tengo algo que recibir y que dar: lo que soy y lo que tengo.
Esta apertura ha sido consolidada por llamada a la disponibilidad (Constituciones de la Compañía de María. Regla IV), que como hermanas de la Compañía de María Nuestra Señora se nos invita a vivir, es decir, la disposición a ir a todas las partes del mundo, allí donde se nos necesita, para la mayor Gloria de Dios. Para mí, esta disposición ha sido y continúa siendo fundamental ya que me prepara como hermana de la Compañía para estar lista para ir a cualquier lugar, o para dar la bienvenida a las hermanas de otros contextos que son enviadas a mi comunidad. Debo decir que estos dos puntos son fundamentales: salir hacia lo “desconocido” y dar la bienvenida a lo “desconocido”, porque también experimentamos interculturalidad sin tener “que movernos al exterior”, es decir, sin salir de nuestro país, nuestro continente. Puede darse un movimiento “interior” cuando la hermana que llega a nuestra comunidad tiene otra manera de vivir y de ver las cosas. A pesar de que nos unen aspectos fundamentales de nuestro ser familia religiosa: una misma espiritualidad, un mismo carisma, una misión, una historia, todavía sigue siendo un hecho el que ser de diversas partes del mundo nos diferencia.
¿Qué significa vivir en una comunidad intercultural, en mi propio país o en país extranjero?
Una comunidad intercultural se puede entender de tres maneras: hermanas de diversas regiones del mismo país, hermanas de diversos países del mismo continente, o hermanas de diversos continentes.
Al estar viviendo y construyendo una comunidad intercultural se supone que tenemos en cuenta que las personas con quienes vivimos provienen de diversas partes del mundo y por esta razón, tenemos diversas maneras y patrones para ver la realidad, aunque todas pertenezcamos a la Compañía de Maria Nuestra Señora. Ser consciente de ello, nos posibilita estar más atentas y contemplar la realidad de cada una como un regalo que se nos ofrece por quién es el autor de la diversidad de las personas, razas, idiomas y culturas que experimentamos diariamente.
Quisiera resaltar la palabra “diferencia” porque a veces, en nuestras comunidades, ocultamos las diferencias y solamente ponemos el foco en lo que nos une. Aunque esto es algo vital, desde mi experiencia, puedo decir que para vivir la unidad en la diversidad es importante hacer notar y reconocer cuáles son las diferencias culturales (Lenguaje, valores, comidas, modo de vestir, costumbres, hábitos, reglas familiares; arte, modos de pensar y de interpretar la vida o la realidad, etc.) de unas y otras. Pero ahora bien, ¿qué voy a hacer con esas diferencias? He aquí la pregunta mayor y esencial. ¿Voy a utilizarlo para debilitar la cultura de las otras, para encontrar lo que hay de negativo y rechazarlo? En este caso, viviré pensando que mi cultura es la mejor del mundo, la más decente, la más legitima, la más digna… ¿O voy a supervalorar lo de las otras y rechazar lo mío? ¿O voy a ser más objetiva? Y si es así, ¿dónde pongo la objetividad?
En mi recorrido he descubierto y reconocido que una de las actitudes fundamentales para vivir en una comunidad intercultural es la humildad. La humildad no como la negación de quién soy y lo que tengo, ni como ocultamiento de ello, sino como lo que me lleva a colocarme apropiadamente dentro de la vida de la comunidad, con lo que soy y lo que tengo para dar y recibir, como San Pablo nos recomienda en Rom.12, 3-8. La humildad está en dejar que todas sean ellas mismas dentro de la vida de la comunidad, con lo que son y con lo que tienen. Fui dándome cuenta, por la Gracia de Dios, que esto comienza cuando reconozco a la otra como otra, siendo sensible a lo que es diferente a mí misma. Esto me hace consciente de que algo diferente y sorprendente ocurre a mi alrededor con la presencia de mi hermana, sea de otra región, otro país, otro continente. Progresivamente voy sustituyendo las palabras “algo diferente” por “algo nuevo”.
El segundo aspecto que voy descubriendo, vinculado al primero, es el de receptividad. Para ver y reconocer una nueva manera de vivir -que se impone a veces ante mí cuando estoy en otro país, o cuando estoy viviendo en mi país con hermanas de otro diferente- necesito ser más abierta. Esto no es fácil y nos toma a veces mucho tiempo… De hecho, la apertura es mirar y considerar, escuchar e intentar adentrarse en las sentimientos de las demás, saborear y apreciar, adentrarse progresivamente en la experiencia, hacer preguntas de una manera sencilla para entender, y contestarlas de una manera simple, dejándose tocar y reflejando la experiencia, para profundizar la comprensión, y proponer una palabra, una actitud cuando esta sea requerida.
También descubro que la apertura a la novedad puede afectarnos físicamente, y sobre todo, psicológicamente. Podemos sentirnos a veces nerviosas, ansiosas, solas, nostálgicas y confusas sobre ciertas actitudes o hechos que puedan darnos una sacudida cuando estamos viviendo fuera de nuestro país. Para este último punto, saber la historia (Las celebraciones nacionales, las leyes, lo que unifica al pueblo, sus alegrías, sus penas, sus heridas, sus esperanzas, etc.) del país o del continente puede ser una gran ayuda. Esta sacudida es importante porque es la oportunidad que tenemos para dejarnos transformar o transfigurar por la novedad de la cultura que estamos experimentando, es decir para recibir y para dar.
El tercer aspecto que uno con la apertura, y que tenemos que aceptar y asumir cuando vivimos y construimos una comunidad intercultural, es la pobreza-vulnerabilidad. Así como un niño pequeño es vulnerable porque tiene que aprender la manera de vivir y actuar en el nuevo mundo al que ha llegado, también esta experiencia de la novedad nos hace vulnerables. Por otra parte, experimentar esto nos aporta la experiencia vital de “recibirnos” de los otros, y de Dios; algo que no es posible si no nos “hacemos como niños”, como nos dice Jesús. Esta pobreza-vulnerabilidad, que no es siempre fácil de superar, tiene su lado positivo porque da sus frutos: el fruto de la paciencia y de la comprensión a las demás, a las otras culturas, aunque siempre existirá un “espacio” al que yo no puedo cruzar y por tanto lo único que puedo hacer es respetarlo, algo que tampoco es fácil, porque la tendencia es querer que las demás se comporten como nosotras deseamos.
Por todo esto es importante tener un gran sentido del humor. He descubierto progresivamente que reírse es fundamental. Reírme cuando he cometido algunos errores “tontos” y por supuesto aprender de ellos, y luego ¡dejar a Dios hacer el resto!
La experiencia intercultural es una experiencia interactiva, que requiere la buena voluntad de diversas personas: caminar juntas, al lado, de común acuerdo, corazón a corazón, con el mismo horizonte. Nuestro horizonte como hermanas de la Compañía de María es la llamada diaria a ser “Mujeres Nuevas, revestidas de Jesucristo para la construcción del Reino...” (Constituciones de la Compañía de María, Art. XVIII, 1). Somos de hecho mujeres invitadas a “servir siempre de una manera nueva”, y esto requiere estar abiertas a la novedad, característica importante en una vida intercultural.
Que el Señor, por intercesión de Nuestra Señora, la “Mujer Nueva por excelencia” y por medio de Santa Juana de Lestonnac, mujer que se caracterizo por su apertura a las diferencias, a la novedad, nos continúe inspirando a dar pequeños pasos que construyan comunidades interculturales en nuestro mundo sediento de comunión.
Wilson Condori dice:
Lidvina tu experiencia es practica, espero que en mi país Bolivia se realice de manera sincera, te agradezco por tu relato.
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beatriz cortes dice:
Livdina que experiencia te ha regalado el Señor. De verdad que nos enseñas con tu vida pero este articulo me hizo mucho bien. genial
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Inelda dice:
Me alegra profundamente la acogida que haces a la gracia del Señor en tu corazón.
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