Durante los meses de julio a septiembre, nuestra Casa de Roma se ensancha para acoger al grupo de Terceronas, un grupo de religiosas jóvenes, de diversas partes del mundo, que se preparan para realizar sus últimos votos y con ellos sellar su pertenencia definitiva a la Compañía. Además de ahondar en aspectos fundamentales de la opción que libremente se desea tomar, las experiencias de encuentro, interrelación e intercambio aportan energía para el camino, tanto para ellas como para las que tenemos la suerte de estar cerca.
La opción de vida elegida: seguir a Jesús para continuar haciendo realidad hoy y aquí un mundo más justo, más humano, más fraterno… más de todos, nos vincula a un Proyecto común, el Proyecto Compañía de María. Éste se enraíza en la manera específica como Juana de Lestonnac intuyó la aportación a la construcción de este mundo y que, a lo largo del tiempo, se ha ido y sigue enriqueciéndose con el aporte de cada persona y de cada contexto, recreándose constantemente para dar respuesta a los diferentes momentos históricos.
Para ser parte de este Proyecto común es imprescindible la experiencia personal de la unidad en la pluralidad, que no es posible sin una vivencia honda de la universalidad. Universalidad y unidad se entrelazan. La universalidad es un proceso hacia un mundo interior abierto e integrado, no fragmentado. La unidad es el horizonte y la culminación, no es un medio para lograr ciertos fines, es un camino por el que la persona llega a plenitud y, al mismo tiempo, una meta. Hay quien expresa que la verdadera universalidad es primero un descubrimiento y después un anhelo, una utopía necesaria que hay que ir desarrollando de manera concreta y poco a poco. Como diría García Roca, cada uno de nosotros es el resultado de romper tabiques en nuestro interior. Somos el resultado de una “destabicación”.
La convivencia con las Terceronas aviva en nosotras el deseo de universalidad. Nos ayuda a revitalizar la experiencia adquirida sobre cómo mira Dios el mundo y a cada persona: una mirada sin límites, que engrandece y embellece, para la que nadie ni nada es pequeño ni inútil. Esa mirada cargada de ternura, de amor sin reproches, posibilita que la unidad en la diversidad se vaya encarnando en nuestro corazón. Desde esta mirada, nace el anhelo de comprender a los demás y a nosotras mismas como la manifestación de un matiz de Dios: creaturas originales y al mismo tiempo orquestadas, “creaturas orquestadas” en palabras de González Buelta, pequeñas notas de una melodía que adquieren su valor más pleno en armonía con las demás. Este descubrimiento, que es don y que se ha de hacer historia en lo cotidiano de cada situación, nos introduce en un proceso personal para el que se requiere, a su vez, poner intención y medios.
El encuentro con las jóvenes, al igual que otras experiencias de internacionalidad que vivimos en otros momentos, alimenta el deseo de romper el “ego” que nos aprisiona, nos encoge y nos repliega. Nos empuja a traspasar esas fronteras que parcelan y dividen el mundo, y también a nosotras como ciudadanas del mismo. A la vez, hace que se despierte la capacidad de acogida, aprendizaje y complementariedad que todos llevamos dentro, enseñándonos a gozar de lo que es el patrimonio de lo humano.
Vivencias como ésta nos inyectan un poco de la energía que necesitamos para caminar juntas, para con otros y otras, con humildad y coraje, dejar a nuestro paso pequeños signos que hablen de un Dios que quiso sembrarse en esta tierra nuestra para que todos, especialmente los pobres y los que más lo necesitan, encuentren motivos para la esperanza y fortaleza para seguir adelante con la dignidad propia de todo ser humano.
Mª Rita Calvo Sanz: religiosa de la Compañía de María Nuestra Señora. Licenciada en Filosofía y Ciencias de la Educación y cursos de Doctorado en educación. Nació en Tordesillas, Valladolid, España. Actualmente Miembro del Equipo General y Presidenta de la Fundación Internacional de Solidaridad Compañía de María (FISC). |
Descarga el artículo aquí