Es una paradoja la pretensión de la pregunta: estudiar teología, la ciencia sobre Dios, acaso no está todo dicho…que más se puede aprender o decir…
La respuesta se refleja en los rostros que nos interpelan: los pobres, los desempleados, los cansados, los jóvenes sin horizontes, las madres solas, las viudas, las maltratadas, los niños violentados… Ellos y ellas nos inquietan con la pregunta, no formulada, sobre el sentido de la vida, la verdad del amor y la certeza de la esperanza.
La teología no es una profesión entre otras, es un ministerio, una diakonia, una vocación al servicio de la fe y la esperanza en este mundo roto. Como toda vocación es un don, por esto una llamada, un fuego que arde dentro impulsando la búsqueda de respuestas nuevas en cada momento histórico (Dinamismo carismático de Santa Juana de Lestonnac, fundadora de la Orden de la Compañía de María Nuestra Señora)..
Desde los albores del cristianismo hasta nuestros días los desafíos han suscitado la necesidad de dar razón de la fe y la esperanza. Los primeros escritos de los Padres de la iglesia, sus homilías que luego constituyeron verdaderos tratados de teología, han surgido en ámbitos de grandes controversias, sea con la tradición griega sea con la judía, como con las crisis heréticas al interior de cristianismo. Estas situaciones obligaron a reflexionar el evento salvífico y dar razón de la profesión de fe.
La fe en Jesús resucitado es un hecho, pero, ¿qué significa hoy esto? ¿Cómo hacerlo entendible para el hombre y la mujer del tercer milenio?
Los rostros que nos interpelan hacen creíble la validez de los estudios teológicos. La intemperie experimentada ante la fragilidad eclesial es un reto estimulante, pues solo cuando las bases de nuestras falsas certezas se mueven y sacuden el polvo de saberes antiguos, estamos capacitados para dejarnos cuestionar y dar lugar a una respuesta nueva.
¿Qué significa creer en Dios Padre, en Jesucristo su Hijo y en el Espíritu Santo, en un tiempo tan controvertido? La clave de la posible respuesta se vislumbra al dejarse afectar por la realidad, al tocar y sentir el dolor – clamor de los pueblos, al entrar sin miedo por los laberintos oscuros de la noche y desde sus entrañas esperar la gestación de la posible propuesta – respuesta. Solo en esta perspectiva se puede comprender la validez de la teología hoy.
Estudiar teología significa comprender desde dentro el misterio que nos habita, implica un encuentro con la Palabra, con el Verbo de Dios hecho carne, con la sabiduría del Padre y su propuesta de vida, el Reino: el que me ha visto a mí, ha visto al Padre (Jn 14, 9b.). Es un encuentro dialogal en el que se articulan la teoría y la mística, el saber y la experiencia, de cuya matriz nacerán unas propuestas para el momento histórico.
El teólogo y la teóloga aprenden a escuchar en el silencio del tiempo, a discernir las voces, escrutar el horizonte, a interpretar la realidad a la luz del evento salvífico y atreverse humildemente a traducir al lenguaje actual lo antiguo siempre nuevo. De estudiante, discípulo\a se transforma en apóstol, portador de la Buena Noticia, urgido\a a proclamar y anunciar lo visto y oído, en ese encuentro. Se hace diákonos – diakonisa de la Palabra al servicio de la fe y la esperanza.
Los rostros nos aseguran que vale la pena gastar la vida leyendo, interiorizando, reflexionando, para aportar un granito de arena a la comprensión y acogida de la Buena Noticia de Jesús y el Reino hoy. La teología es un estudio que apasiona por la posibilidad de decir lo mismo de un modo nuevo, con el lenguaje del presente. Apasiona porque implica la vida en aquello que se comunica. En lo que escribe, el teólogo y la teóloga, expresan su profesión de fe, la razón de la esperanza y el compromiso con el Reino. Siendo apóstol se permanece discípulo\a.
No todo está dicho aun, el Evangelio: Jesucristo y el Reino, es una fuente inagotable que brota a borbotones para colmar la sed de los sedientos en cada tiempo y lugar. Las penumbras de nuestro hoy nos estimulan a descubrir la mecha que aun arde para avivar el fuego y alimentar la esperanza.
Esta es la alegría y el ánimo que siento cuando me pienso aquí en Roma haciendo el doctorado en teología.
Tu respuesta*
Te grité una pregunta
más grande que yo mismo.
Quise tu respuesta al instante
Con un clic en el teclado.
Pero me respondió tu silencio
entre ausencias digitales.
…
Cada día y cada noche
la pregunta me horadaba
con su filo de espiral,
Taladrando mis saberes.
...
En mi herida abierta
sembraste una palabra
nunca antes pronunciada
y la cubriste de silencio
con la palma de tus manos.
…
Al crecer dentro de mí,
dilató mis certezas
y ensanchó mi cuerpo
para acoger su estatura.
…
Solo cuando nació
como palabra mía,
ya fue respuesta tuya
engendrada en mis entrañas.
* González Buelta, B., Caminar sobre las aguas: nueva cultura, mística y ascética. Santander: Sal Terrae, 2010, pp. 67-68.
dice:
María Cecilia Correa dice:
Artículo profundo y vivencial impulsa el deseo de ser discípula y apóstol
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beatriz cortes dice:
que maravilla de articulo , me gusto mucho y que bueno seguir leyendo tus articulos
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