Una de las primeras lecciones que aprendemos cuando estamos pequeños en la clase de sociales son los límites geográficos de nuestro territorio. Para “comprenderlos” los maestros de antes se apoyaban en los puntos cardinales y utilizaban un mapa en el que generalmente aparecían delimitados por colores los países, departamentos y ciudades.
Hoy continúan enseñándose estos límites pero de una manera más didáctica, partiendo de experiencias interactivas que con la ayuda tecnológica, se tornan más significativas en el momento de comprender dicha noción. Pero lamentablemente aunque la metodología ha variado y se hace más comprensible el concepto sobre el límite, el contenido no ha evolucionado mucho y continuamos esperando que aparezcan visibles aquellos que los han impuesto y siguen imponiéndolos… aquellos que seguramente no aprendieron la noción de proporción, justicia, igualdad.
Con el tiempo vamos comprendiendo que hay muchas clases de límites:
Límites en nuestra manera de acercarnos al mundo para comprenderlo: nuestra razón se agota ante el misterio; la ciencia no alcanza a precisar lo infinito; el lenguaje a nombrar lo inefable; los sentidos a prever cuál será el aroma de la flor, la distribución de las nubes, el momento en que se caerá un árbol o irrumpirá el viento.
Límites que son fruto del respeto por el otro: que no buscan asegurar arbitrariamente la privacidad de unos cuantos y sus ganancias sino que por el contrario, hacen que en lugar de una barrera aparezca un puente; en lugar de un nit una comunidad; en lugar de una visa, un ser humano; en lugar de un extraño, un hermano.
Límites que nos ayudan a ubicarnos ante el otro de manera diferente: Ocupando nuestro justo lugar, sin querer absolverlo, ni confundirlo con nuestras proyecciones; sin adueñarnos de él ni pretender dominarlo.
Todos experimentamos el límite: ricos y pobres, niños y ancianos, fuertes y débiles, sabios e ignorantes, gente de todos los países, todos los tiempos, todas las condiciones.
Generalmente lo vivimos como una amenaza y queremos eliminarlo diagnosticando, planeando e implementando estrategias novedosas y eficaces que aseguren que podemos abarcarlo todo, globalizar el pensamiento, homogeneizar las culturas, manipular al que está a nuestro lado.
En nosotros mismos intentamos desaparecer de nuestro cuerpo lo que impida aparecer siempre con un rostro joven, un cuerpo saludable, una memoria brillante, una fuerza inquebrantable. Lo sometemos a transformaciones que nos hacen aparecer como hombres y mujeres “inmortales”… pero no es así.
Desde el inicio el Creador soñó alguien diferente con quien poder comunicarse, a quien amar. Por eso el hombre es un ser con vocación de libertad y “único”, de barro pero habitado de Espíritu!
El mismo Espíritu que le regaló a María y que le permitió siendo Madre de Dios, hacerse discípula. Ella, es hoy fuente de inspiración para muchos seres humanos que padecen los límites de la enfermedad, de las escasas oportunidades de una vida digna, de la impotencia de salvar a quien se ama.
A ella nos unimos cuando ante las insospechadas propuestas de Dios, justo en el límite de nuestra más oscura noche, o atravesando el desierto, le preguntamos: ¿cómo será esto?
Con ella repetimos “Hágase tu voluntad” porque tenemos la certeza de que “nuestra imposibilidad es la posibilidad de Dios”.
A su lado es posible comprender que ahí donde nos duele la vida, se gesta lo nuevo; que el final es el comienzo; que lo que se guarda en nuestro corazón, resucita al tercer día; que ninguna realidad quedará sin liberarse.
“Pero hoy el misterio se abre ineludible
abismo al final de todos mis saberes armados de razones y de mapas.
Y hoy es mi ignorancia un colirio que me lava los ojos,
un ayuno que alivia la razón, un sosiego indefenso
sin técnica ni horario,
una puerta clandestina, abierta hacia el futuro
controlado inútilmente por los fuertes y los sabios”
Marisol Franco Echeverri, odn: Religiosa de la Compañía de María. Colombiana. Licenciada en educación y bachiller en Teología. |
C. dice:
Gracias Marysol por esta reflexión llena de sentidos... Lo extraño es que en el hombre, limitado y finito, siempre quepa esa extraordinaria posibilidad de lo ilimitado (p. ej: el amor, aunque también el mal...) y el sentimiento de lo infinito. Me pregunto si justamente el valor del límite no radica en que de suyo nos lanza a un más allá del limite, como ocurre -según los filósofos- con la experiencia radical de la alteridad (ya se trate de la experiencia religiosa o ética). Al respecto los versos de Hölderlin: "un signo somos, indescifrado"... Un abrazo y un pronto regreso a Medellín!
C.
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